Ayer jueves, quedé con Ayz para conocernos.
Habíamos acordado encontrarnos en la entrada del centro comercial Las Arenas a las siete de la tarde. Llegué unos minutos antes de la hora acordada y la estuve esperando, como habíamos hecho Match en Tinder, pero las fotos de su perfil no mostraban claramente su rostro por lo que iba sin saber exactamente a quién debía reconocer entre la multitud. Yo, con mis tejanos y camisa arremangada, mochila en mano, estaba listo para descubrir qué depararía la velada. Nervioso no, pero sí con ganas de conocerla después de haber estado una semana esperando la fecha.
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Quien ha ido alguna vez a clases de bailes latinos, sabe que se acostumbra a hacer rotar las parejas para que todos bailen con todos. Esto tiene dos caras, por un lado puedes morirte de vergüenza si te sientes patoso porque eso se evidencia con cada una de las chicas de la clase o, por otro lado, lo disfrutas porque así tienes tu “momento” con todas ellas y, evidentemente, disfrutarlo… llámame tonto, pero a mí me mola 😉
El sábado pasado retomé, sin planearlo, algo que hacía tiempo me ilusionó pero se quedó apartado por practicidad y otras razones que no vienen al caso. Retomé mi idea de descubrir, de la mano de mi compañera de vida y aventuras, clubes swinger en los que no hubiera estado nunca antes.